lunes, 20 de febrero de 2017

Sin emociones

No tenía miedo a perder nada porque ya había perdido todo. Hasta el miedo. No existía ni una pizca de emoción en ella. La vida y las circunstancias la habían hecho ser así. ¿Se supone que tenía que pedir perdón? Sí, porque es lo que se espera de personas que actúan así.
Pero ya no le importaba nada. No le importaba ni el amor, ni la amistad, ni la compasión, ni la lealtad, ni la amabilidad. Nada. Ni siquiera el dolor al que tanto tiempo había estado acostumbrada.
Muchas personas tenían el concepto de que ella era una chica fuerte, pero no podían estar más equivocados. En un golpe de suerte, ella acabo con sus sentimientos. Ahora sí que era una chica fuerte. Se enfrentaría a cada revés de la vida sin una pizca de remordimiento. Tal y como muchas personas se habían comportado con ella durante toda su vida. De hecho, dejó de tener emociones hace mucho tiempo, pero no se había dado cuenta hasta ahora, cuando caían las últimas lágrimas de sus lastimados ojos castaños.

¿Qué la importaba lo que opinaran de ella? Su opinión no la iba a hacer cambiar, ni les iba a hacer mejor personas que ella. Había tardado bastante tiempo en entender que, tanto si es una buena como una mala persona, le daba igual. Le daba igual lo que pensaran, dijeran o criticasen, ella era así. Quizás a veces no se sentía orgullosa, pero era su forma de ser. Y ahora que había apagado sus emociones, no importaba nada más. La da igual qué o quién la rodee. La dan igual las palabras, las acciones. La da igual hasta su propia vida.


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