sábado, 13 de agosto de 2016

Mi noche y tus Perséidas

Anoche evocaba tu recuerdo en el brillo de las Perséidas, pues tu recuerdo, tu presencia, fue tan fugaz como ellas.
De repente supe por qué esas estrellas me recordaban a ti: esas estrellas eran el brillo de tus ojos, esos dulces ojos castaños que irradian una permanente felicidad contagiosa cada vez que los miro.
No lo voy a negar, no quiero ni puedo; me gustaría que fueses algo más que una Perséida, que una estrella fugaz, en mi vida; pero últimamente me conformo con poco.
Estuve mucho tiempo mirando al cielo esperando a que aparecieran, a que desaparecieran... esperando a que ocurriera algo. Pero nada. Solo contemplé la oscuridad de la noche, y fue ahí dónde comprendí lo que siento cada vez que te veo: impotencia. Impotencia por no poder hacer nada, por no poder cambiar nada. Por no poder evitar sentir que estoy enamorada de ti, que aún sigo enamorada de ti. Que eres esa Perséida que nunca dejaré de esperar, que nunca dejaré de mirar y que nunca la tendré lo suficientemente cerca para susurrarla, para susurrarte, te quiero.